Desaparecida

Esta historia la escribí hace más de 20 años. Ayer en la noche me acorde de ella y, de la forma tan absurda de como la perdí. Lo cierto es que me acorde de ella y voy hacer el intento de escribirla de nuevo para ustedes.

Desaparecida.

Los exámenes finales siempre son muy estresantes, sientes qué, tienes todo lo necesario pero, cuando estas frente a la hoja de respuestas, todo se borra de una manera abrumadora y, nada tiene sentido.

El último semestre de la carrera siempre es el más difícil; no porqué las materias sean difíciles de entender. Lo que pasa es que ya estas harto de todo y lo que buscas es salir de ahí e irte lo más lejos posible; además de qué, la presión se incrementa con el trabajo de medio tiempo, el cual sirve para amortiguar algunos de tus gastos. Tus padres, por más que les gustaría apoyarte, no pueden.

Derivado de esta rutina, del amanecer al amanecer, baje de peso; sólo algunos kilos, tal vez los necesarios para llamar un poco más la atención de lo habitual. La altura siempre me ha ayudado y las invitaciones a fiestas empezaron aparecer; nunca he sido de muchas fiestas, no me gusta tomar, pero si bailar; lo malo es qué, a muchas personas les gusta tomar y no bailar; es ahí donde las fiestas pierden un poco de interés para mí.

Una amiga nos recomendó un bar en el centro, por la calle de Donceles, atrás de la Catedral Metropolitana; me dijo qué. ahí todo el mundo baila aunque no conozcas a las personas y armamos el plan para ir.

El último viernes del semestre 1998 – 2 decidí qué, saliendo de la última clase de Seminario de Titulación, iríamos a ese bar; por lo qué, un grupo de amigos nos acomodamos en el carro de Gabriel y en el de Héctor. Llegamos en 40 minutos al centro, tardamos otros 20 en encontrar estacionamiento y el famoso bar de la calle de Donceles por fin apareció. Este estaba sobre Donceles, casi esquina Brasil.

Era pequeño, de dos pisos, con un tipo sentado en un banquillo en la entrada. No nos dijo nada al entrar, por lo que no entendí la función de ese sujeto ahí, pero bueno, algo interesante ha de hacer. La música era bastante estridente, pero lo suficiente para invitarte a bailar.

Me gusto la mezcla que el dj´ escogió, parecía un poco sin sentido, pero todo el mundo estaba bailando. La copa de la vida; La macarena; Living la vida loca; El venado; Follow the leader y, su sección de pop. Canciones como Eternamente bella bella, Amor a la mexicana, Será que no me amas, etc.

No recuerdo a qué hora llegamos, lo cierto es qué, el tiempo, cuando te la pasas bien, vuela… Tampoco recuerdo en que momento note qué, me estaban observando. Me pareció un poco intrigante, nunca me he sentido una mujer atractiva, pero ese día, realmente me sentía muy cómoda. Usaba unos pantalones de mezclilla con una playera negra, escote moderado y mangas cortas qué, me permitían mayor libertad de movimiento; también usaba muchas pulseras en las manos qué, sonaban como estribillo en cada canción. El pelo lo tenía agarrado en una cola de caballo y lápiz labial rojo, como manda la tradición de las femme fatal.

No estaba muy segura de quien era la persona que me estaba observando y eso era intrigante, porqué sabía que estaba ahí, pero no la podía ver o no quería que la viera.

Cuando empezó a tocar la música dance, «Somebody dance with me» y anexas; el lugar se prendió más y a la mitad de la canción «What is Love», vi un azul qué, me recordó los glaciares. Era un azul tan particular que parecía el mar, pero no del caribe, si no del fiordos, un mar helado, pero profundo, como una mirada.

Eso era; una mirada profunda qué, no me permitía ver más allá, ni siquiera supe en qué momento se acercó a mí, no podía ver su boca o sus manos que sentía en mi cuerpo, en mis caderas. Se movía al ritmo de la música, no podía ver más allá de sus ojos, eran tan hipnotizantes, tan profundos qué mi único sentido activo era la piel, sólo podía sentir.

La música dejo de tener sentido, sólo el ritmo de mi cuerpo qué, se ajustó al suyo, sus manos se movían de una forma casi perfecta en mis caderas; las sujetaba con fuerza sin dañar, sólo la fuerza necesaria.

Sentía su respiración en mi boca, pero nunca me beso; sentí sus labios casi tocar los míos pero, nunca lo hizo. Tenía un olor particular, como a cigarro rancio combinado con una loción, no de las buenas qué, generaban una esencia que no me disgustaba en lo absoluto.

Simplemente me deje llevar y no se en que momento perdí la conciencia.

Cuando desperté, me sentí totalmente aturdida; así que abrí y cerré los ojos varias veces. Sentí un mareo y una sequedad en la boca tan amarga, como si no hubiera tomado agua en varios días; casi podría decir qué, mis labios estaban tan resecos que si los movía podrían sangrar.

Cerrando los ojos nuevamente, trate de recordar en dónde tal vez podría estar, pero mi mente estaba en blanco, no podía recordar nada. Respire profundo y sentí como entraba el aire en mis pulmones, parecían vacíos. Poco a poco me fui moviendo y por reflejo toque mis piernas y mi vagina; no quería ser una más de las mujeres que drogan en los bares, para violarlas o desaparecerlas. Pero a primera instancia, al parecer no había pasado nada.

Me levante sin mayor problema y me sacudí la ropa, trate de ubicarme, a ver si reconocía el lugar, pero para nada. Era una casa vieja, abandonada; tenía las paredes muy altas y los techos de viga, los ladrillos estaban tan roídos qué, lo más probable era qué, no aguantara otro terremoto. Me recordó las casas de la Colonia Santa María la Rivera; tal vez estaba por esa zona, bastante lejos de mi casa.

Con cuidado salí de la casa, era de noche. Era curioso, estaba tan desorientada que no sabía muy bien en donde estaba, pero sabía que acababa de anochecer.

Empecé a caminar hacia lo que me pareció una esquina y el nombre me resultó un poco familiar. Era la calle de Naranjo y Eligio Ancona, por lo que decía el letrero era la Col. Santa María la Rivera, así que seguí caminando hacia el eje 1 Nte.

Las persona a las que les pregunte, me indicaron qué, en esa avenida pasaba un camión que me llevaría al metro Pantitlán y, de ahí a mi casa. Lo que me urgía era encontrar un teléfono público y llamar a mi casa. Encontré varios pero no tenía tarjeta y tampoco tenía dinero, para comprar una, ¿Dónde habría dejado mi bolsa?

Los teléfonos públicos son una fuente inagotable de información; puedes conseguir empleo, vender algo, comprar algo y buscar algo; incluso personas extraviadas. Hay un cartel de personas extraviadas siempre en un teléfono público, aunque nunca puedas distinguir si conoces a la persona o si la puedas identificar, en caso de que te la encontraras. Había un cartel de una joven que se buscaba, se me hizo familiar, pero no le di importancia, lo que tenía que hacer era llamar a mi casa.

Seguí caminando y llegue al kiosco del Morisco, eso era lo que decía el cartel; de ahí seguí caminando hacia la calle de Santa María la Rivera. Ahí había un pequeño restaurante qué, esa noche tenía una pequeña fiesta. Lo que tenía que hacer era ver si, alguien me prestaba dinero o tenía tarjeta para llamar en un teléfono público.

Estaba en ese dilema cuando vi a un joven bastante interesante, olía esquisto y se veía buena gente, así que me acerque y le explique muy detenidamente que me había perdido, que no tenía dinero y qué, si me prestaba una tarjeta para llamar a mi casa.

– ¿Una tarjeta?

– Sí, para el teléfono público.

– ¡Esa es nueva! y ¿En qué momento me pedirás el celular?

– ¿Celular?

– Se me hace más fácil el teléfono público, no se usar celulares.

– Eso no te lo creo, ¿Cuál es tu celular?

– No tengo, son muy caros y no podría comprar uno.

– Uhm, una respuesta muy apropiada, no pareces una persona que no pueda comprar un celular.

– Bueno, nada es lo que parecer, ¿Me podrías ayudar?

– ¡Tal vez!, ¡mmmm! pero adentro.

– ¿Adentro de dónde?

– Del restaurante, así podrás llamar sin mayor problema.

– Está bien.

Me tomo del brazo y entramos al restaurante, ahí lo estaban esperando unas personas, él saludo a todos. Fue muy extraño, parecía que ellos no me veían o simplemente me ignoraron, tal vez por las fachas que traía.

Bueno no vine hacer amigos, si no hacer una llamada, yo me enfocaría en el joven que muy amablemente me iba a prestar un celular. Era muy atractivo, tenía unas cejas negras, arqueadas, ojos negros, profundos, mi altura, delgado, pero no estaba ahí para ligar, estaba para… ¿Para qué estaba?

Él seguía con su grupo de amigos y al parecer se le olvido que estaba yo ahí; así que sólo me le quede viendo, hasta qué, por fin me volteó a ver. Le hice una seña y lo espere cerca del baño de hombres; ahí dentro del baño no pude evitarlo, le plante un beso. Sabía dulce, como un chocolate; el color de su piel me recordó un chocolate, para morderlo.

– ¿Qué paso con la llamada?

– ¿Cuál llamada?

– Sabía que era un truco, ¿Cuánto me va a costar esto?

–  Nada, solo un beso.

– ¿Sólo un besó nada más?

– Sólo lo que tú quieras – lo besé de nuevo, pero una forma más intensa.

– Estamos en el baño.

– ¿Tienes auto?

– Sí.

– Tal vez, ahí tus besos sepan mejor.

– Definitivamente, en mi coche, mis besos saben mejor. Deja me despido.

– ¿Por qué? No hay necesidad de despedirse, mira, por aquí hay una salida.

Salimos por la salida de emergencia y nos dirigimos a su coche qué, estaba estacionado cerca del parque; muy caballerosamente me abrió la puerta y al sentarme lo jale de la corbata y lo bese de nuevo; lo fui jalando suavemente, de tal forma que ya estábamos dentro del coche.

Seguimos besándonos, la puerta se cerró y el auto se puso en marcha, empezó a circular sobre Díaz Mirón hasta Naranjo y ahí doblo sobre Naranjo hasta la casa en dónde desperté esa noche.

Ahí se estaciono el auto y de forma casi flotando, salí del auto; seguí abrazando y besando. Entramos a la casa, era como si las cosas alrededor mío, obedecieran mis pensamientos.

Me enloquecían sus besos, sabían dulces. Empecé a escuchar sus latidos, eran rítmicos y me producían una tranquilidad qué, nada a mí alrededor importaba. Tome aire y unos colmillos salieron de entre mis dientes, los encaje en su boca. La sangre broto, su dulce sabor empezó a llenar mi boca; a entrar en mis venas, en mis músculos, inyectando mis ojos y, en mi corazón, el cual empezó a latir.

Cuando su corazón dejo de latir, simplemente lo solté. Cayó inanimado; se veía diferente, ya no sentía su esencia y termine de saborear su sangre en mi boca.

No entendía que había pasado hasta qué, sentí un cosquilleo en mi espalda; al voltear vi sus ojos y nuevamente me sentí abrumada, ese azul hielo qué, hipnotizaba.

De repente empezó a sonar el celular del joven del qué, me había alimentado y, eso me sacó de esa hipnosis; volteé a ver al joven que yacía a mis pies. Tome el celular que sonaba de entre sus pantalones.

Verónica

23:05 pm viernes, 24 de abril 2020.

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Tire el teléfono y levante la vista con lágrimas de sangre en mi cara.

Nérida Rodríguez

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Autor

romn772k@hotmail.com

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