La primera vez

Hace más de 20 años que no voy a Acapulco. No recuerdo muy bien como era, no sé si siga igual o sí por el transcurso del tiempo haya cambiado mucho; sin embargo, es un lugar que guardo en mi corazón.

Me hace añorar el final de mi infancia y el inicio de mi adolescencia.

Nunca hemos tenido mucho dinero, por lo que viajar en excursiones de bajo presupuesto era lo normal en mi familia. Gracias a ello pudimos conocer varios lugares de la República Mexicana sin necesidad de gastar tanto.

Cuando eres niño y te gusta viajar, el dinero no es tan importante, lo importante es la playa.

En una de esas excursiones, por fin le toco su turnó a Acapulco, en el Estado de Guerrero. Fue un viaje nocturno de 8 horas, en un camión de segunda clase. Recuerdo que llegamos a Acapulco tomando la costera Miguel Alemán. Un viernes a las 6:00 am. Empezamos a respirar el olor de mar; es un olor qué, tantos han querido describir, pero no hay nada como sentirlo en carne propia. Te cambia el chip de manera automática.

Nos hospedamos en un Hotel ubicado por la Zona Urbana del Puerto llamado “El Colimense”, es barato, bueno eso dijo mi mamá. Estaba cerca de las playas más comunes del Puerto, también cerca del Centro, según el chófer del autobús. Así que bajando del camión empezamos con la rutina de ingresar al Hotel, registrarse e instalarse; esto se tornó muy desgastante ya qué, mi mente estaba en la playa desde tomamos la carretera.

Ya en la habitación, rápido aventé mi maleta, me cambie la ropa, me puse mi apreciado traje de baño, mis sandalias, mis lentes y anuncie que estaba lista para la ir a la playa. Mi mamá me puso freno total, me dijo que tenían que descansar, acomodarse, cambiarse, desayunar, ponerse bloqueador, todo en modo muy lento y a mí no me quedo de otra qué, esperar a regañadientes.

Cuando por fin pudimos bajar al lobby del Hotel, estaba desesperada y enojada con mis papás, pero a ellos no les importo; así que empezamos a caminar hacia un mercado de comida, buscando un lugar para desayunar a gusto de mi madre, toda una pérdida de tiempo que se podía utilizar en la playa, según yo.

El Mercado Santa Lucía esta de camino a la playa de Caleta; se me hizo eterno el camino para allá y si el cometido era que no me acordara de la playa, se logró porque me moría de hambre. En la fondita, se me hizo eterno la espera de mis huevos divorciados, prácticamente los devore; cuando termine mi desayuno, a solicitud de mi mamá, fui al baño a lavarme las manos y los dientes; estaba enjuagándome las manos cuando vi algo a través del espejo que me llamo la atención.

Era más alto que yo, delgado, piel blanca, de pelo castaño claro, un poco ondulado, las cejas las tenía tupidas, con unas pestañas largas y ojos de color café claro. Usaba un pantalón de mezclilla y una playera verde con rayas horizontales cafés. Muy sencillo a decir verdad. Parecía más grande que yo, como 3 años más grande que yo.

Se convirtió en un punto que, a donde quiera que se movía, lo seguía con la mirada; como los gatos cuando juegas con ellos con una lámpara de luz; él seguía sin voltear a verme desde su mesa, parecía que estaba comiendo unos chilaquiles y quiero pensar que estaba discutiendo con un hermano mayor, asumí que era el hermano mayor porque se veía más grande que él.

Simplemente no podía quitarle los ojos de encima, era la primera vez que me pasaba esto, me sentía totalmente inmovilizada; sin embargo, por alguna razón mi cuerpo empezó a moverse, pero sólo me movía en dirección a su mesa, lentamente, de tal forma que me acerque lo suficiente y cuando por fin voltio a verme, mi mamá me jalo por el brazo y empezó a regañarme porque según ella tenía horas gritándome. No la escuche.

Mi papá había pagado la cuenta y nos fuimos caminando a la playa, yo caminaba lo más lento que podía, la urgencia de llegar a la playa desapareció por completo, como por arte de magia, si por mí fuera, seguiría en la fondita. Mis padres seguían regañándome por mi lentitud, hasta que me harte y les seguí el paso con un contundente. – ¡Ya voy! -; ellos se rieron de mi de una forma burlona mientras seguimos caminado. Eso me molesto bastante.

Llegando a la playa de Caleta me senté en el camastro que mi papá rento a uno de los tantos lugares que hay en la playa, pero para mí, ya no era tan urgente meterme en el mar, era como si la playa hubiera cambiado, seguía siendo divertida pero de otro manera. Estaba en mis cavilaciones cuando me “despertó” mi mamá, me preguntó en que momento me metería al mar.

“El mar”, pensar en él fue como empezar a respirar de nuevo. El mar. El oleaje es maravilloso, el ruido de las olas es música, es armonía, es vida, te da esperanza, miedo, respeto, amor y te cura de todas las formas posibles.

Camine hacia el mar, como buscando respuestas a los cambios que estaba empezando a sentir en mí interior y el mar, como buen terapeuta, me cambio el humor y empecé a disfrutar su oleaje, su olor, su sabor saldo, su jugueteo, su fuerza.

Después de nadar un rato, llegó la hora de la comida, y con un hambre voraz comimos una mojarra al ajillo con mantequilla, en uno de los restaurantitos que te llevan la comida a los camastros, después me senté en el camastro a tomar el sol y disfrutar el momento, escuchando el oleaje del mar.

Ya en la tarde regresamos al Hotel, me bañe y pedí permiso para ver la televisión que estaba en el lobby del Hotel, cosa rara, mis papás me dijeron que si, así que baje al lobby y me senté a ver la TV que estaba colgada en una estructura de metal muy compleja, como que no quisieran que se la robaran.

En un segmento de comerciales, volteé hacia la ventana y vi que pasaba el mismo chico que había visto en la fondita, en la mañana. Venía caminando con sus padres y su hermano, asumo de regreso a su hotel que para mí desgracia no era el mismo. ¿Dónde se quedaran? Pensé en ese momento. Como si un rayo me hubiera golpeado, empecé a seguirlos, me salí del Hotel y cruce la calle, sin fijarme, caminando detrás de ellos. No fue mucho, según yo, tan solo 2 calles más y vi que se metieron al Hotel Real del Centro.

Ellos empezaron a subir las escalinatas del Hotel, fue cuando él voltio a verme; me quede petrificada, su mirada fue fría, como si no me hubiera visto en su vida, con su mirada fija en mis ojos recibí el mensaje: ¿Quién eres tú?, ¿Porque estás aquí?, ¡Déjame en paz!

Me dio mucha tristeza y me senté en las escalinatas de la entrada del Hotel tratando de no llorar, nunca había recibido una mirada de ese tipo, jamás me había sentido de esa forma, como si no importara o no existiera. Siempre en mi escuela y en general a los lugares a donde voy, las personas se fijan en mí,  me toman en cuenta. Era la primera vez que sentía un rechazo.

Seguía sentada en las escalinatas, llorando y sentí la necesidad de hablar con mi mamá, ¡Mi mamá!; por instinto me di cuenta que no sabía bien por donde estaba, estaba tan absorta en seguir a este chico que no me fije por donde habíamos caminado. Me entro un miedo terrible porque no sabía cómo regresarme, ¿Y mis papás? ¡Me van a matar!

¿Cómo se llama el Hotel en dónde estoy? Pensé, creo es Coliman, me empezaron a sudar las manos y tenía muchas ganas de llorar pero por alguna razón no me salían lágrimas, solo respiraba muy rápido, me temblaban las manos y los pies. Revise las bolsas de mis pantalones, sólo tenía unas pulseras que había guardado y una moneda de $0.5 centavos, que me dio mi mamá para que se la guardara.

¿Qué voy hacer? ¿Camino o me quedo aquí hasta que vengan por mí? Como van a venir por mí, si no saben en donde estoy. Respire profundo, decidí caminar hacia una tienda que estaba en la esquina de esa calle, entre y la señora que estaba detrás del mostrador, estaba viendo la televisión que ni siquiera se inmuto en voltearme a ver.

Me quede paradita en la entrada sin moverme, no sabía que decir o como hablar o preguntarle si sabía dónde quedaba el Hotel, me imaginó que se impaciento y con una voz muy gruesa me pregunto – ¿Qué quieres? – Vi que en su mostrador tenía un dulce de tamarindo y un pelón[1] pelo rico y le pregunte por pura inercia cuanto costaba el pelón.

La señora sin voltearme a ver me contesto – Cincuenta centavos. –

– Me lo da. Empecé a buscar la monedita en mis bolsillos, la señora sin dejar de ver la televisión, me alcanzo el dulce y le di la monedita.

– Disculpe, ¿Usted sabe dónde se encuentra el Hotel Coliman?

– ¿Dirás Colimense? Sólo pestañeo, pero no volteó a verme.

– ¡Si ese!

– Sobre esta calle, camina hacia abajo y ahí lo verás.

Debió de ser un programa muy interesante, porque nunca aparto la mirada de la televisión, pensé. – Gracias – . Se me iluminó la cara.

Empecé a caminar hacia donde ella me dijo, estaba demasiado nerviosa, porque no veía el Hotel; el pelón me lo guarde en el bolsillo del pantalón y seguí caminando despacito, para no pasarme de largo, pero aun así no veía el Hotel. Me pare en una esquina y comencé a voltear a todos lados.

No pude evitarlo, las lágrimas por fin decidieron salir; una señora morena, regordeta, que traía un cubeta con cervezas, se me acercó y con voz muy fuerte, casi gritando me dijo.

– ¿A ti que te pasa?, ¿Por qué lloras?

– ¿Sabe dónde está el Hotel Colimense?

– Allá bajo -. Con su mano regordeta señaló hacia una calle hacia la izquierda.

– Pero me dijeron que era abajo por esta calle.

-Sí, pero por esta calle, ¿Qué no ves el letrero?

– ¿Cuál letrero?

– Si caminas lo vas a ver.

– Gracias -. Me limpie la cara y camine hacia donde la señora me había dicho, esta vez camine más rápido y por fin lo encontré. Ella tenía razón.

Sentí un alivio muy grande, sentí que mis pulmones se llenaban de aire, casi me desmayo, pero cuando escuche el grito de mi mamá, reviví. No es agradable describir el regaño que me dieron mis padres, lo que sí puedo comentar es que, mi oreja me pulso toda la noche.

Al día siguiente, al despertarnos, seguimos la misma rutina de prepararnos para la ir de nueva cuenta a la playa sin antes pasar por el sacrosanto desayuno; estaba muy ansiosa porque esperaba verlo en la misma fondita, sin embargo no tuve suerte, tal vez sus papás los llevaron a otro lado.

En la playa, estaba triste sentada en el camastro, no quería meterme al mar, no estaba segura que era lo que me estaba pasando, estaba triste pero no podía explicar exactamente porque; sólo veía a gente que pasaba con sus perros, jugando, con flotadores, seguía suspirando cuando vi que ese chico iba pasando, jugando con una pelota con su hermano.

Me pare de inmediato, como si me hubieran puesto pilas nuevas, corrí hacia donde ellos estaban, me pare frente a ellos pero simplemente me ignoraron. Me quede congelada, pero no quería perder la oportunidad de hablar con él, así que empecé a caminar nuevamente cuando sentí un jalón en el brazo. Era  mi mamá. – – ¿A dónde vas? – No supe que decirle, yo misma no sabía a donde iba.

Me llevó arrastras de nuevo a los camastros. – ¿Qué te pasa?

No conteste, no sabía que me pasaba, sólo quería estar cerca de ese chico y no sabía muy bien porque, también algo me impedía decírselo a mi mamá. No lo entendía, ¿Por qué sentía esa necesidad?

Mi otro problema es qué, no sabía cómo acercarme ,y mi mamá todo el tiempo estaba encima de mí; vigilando todos mis movimientos. Ciertamente lo que pasó la noche anterior la dejo muy molesta conmigo.

En la tarde, ya en el Hotel, mis papás me pusieron marcaje personal; no me dejaron bajar al lobby y sólo quedarme en el cuarto. Para no sentirme tan presionada me salí a la terraza para ver pasar a la gente y distraerme un poco.

Lo vi pasar junto con su familia, de seguro ya iban para su Hotel a descansar. Creo que fue la primera vez que entendí que era lo que me pasaba, estaba enamorada. En ese momento su hermano voltio hacia donde yo estaba y con un empujón le dijo a su hermano qué, volteara y cuando lo hizo se me iluminó la cara, pero él no le dio importancia y siguió caminando viendo al suelo.

Fui muy curioso llegar a esa conclusión, ¡Enamorada! Me empecé a reír. Había visto a algunas de mis amigas decir qué, estaban enamoradas de sus novios o de algunos compañeros y, hacían tonterías como mandar recaditos o robarles besos. ¡Yo me escape para ir a verlo! Esa noche soñé con ellas y con él. Fue un sueño muy largo e inquietante.

El último día, mi papás me levantaron muy temprano para que estuviera lista con mi maleta ya cerrada, para que nos diera tiempo de desayunar y entregar la habitación antes de las 12pm., cómo lo establece en las reglas del Hotel. Dejamos la habitación a las 9:30am, fuimos a desayunar, regresamos al Hotel como a las 11:30am; sólo pasamos al baño, sacamos las maletas y mi papá cerro la cuenta del Hotel.

El autobús para regresar al D. F. salía a las 4pm, por lo qué, teníamos 4 horas para deambular por el puerto. Mi papá le pidió a la recepcionista que le permitiera dejar las maletas en recepción para no estar cargando con ellas mientras esperábamos la salida de nuestro autobús. Esto es muy común y muchos Hoteles dan ese servicio con un costo extra no muy oneroso y otros lo dan gratis.

Mi mamá decidió regresar a la playa y esperar ahí las 4 horas que faltaban para irnos. Era una especie de despedida. Mi mamá siempre que vamos a un lugar con mar, busca despedirse de él y esta no iba a ser una excepción. La forma en cómo ella se despedía del mar, siempre me daba risa, ella escribía su nombre y la palabra “Volveré”. Lo cierto es que a Acapulco ya no regresó.

Mientras mi mamá escribía su nombre, me distraje con la gente que estaba a mí alrededor, cuando note su presencia. Lo vi con su hermano caminando hacia mi dirección, y me petrifique totalmente, mi cerebro no funcionaba y no tenía ninguna coordinación.

– ¡Hola! Me dijo y su hermano en forma de burla me saludo también.

– ¡Hola! Conteste robóticamente.

– ¿Qué cuentas?

Lo primero qué, se me ocurrió, fue decir:

¿Te puedo decir una adivinanza?

– No contestó. Sólo se me quedo mirando, simplemente empecé hablar.

– Bueno. Pues eran dos aviones que despegaron al mismo tiempo; el primero iba de México a Nueva York; el segundo salía de Nueva York a México. Llego un punto en que se encontraron en el camino y se cruzaron. ¿Cómo se llamaron los pilotos?

Vi que abrió la boca, pero no escuche su respuesta, porqué mi mamá en ese momento me gritó para que la acompañara. Cerré los ojos cuando escuche su voz y cuando los abrí él se estaba alejando.

¿Qué había pasado? ¿Qué acababa de hacer? ¿Por qué dije esa adivinanza? ¿Por qué mi mamá siempre me interrumpe cuando quiero estar haciendo otra cosa? Parece que lo hace a propósito.

Cuando mi mamá se acercó a mí, me desquite con ella, le reclame que siempre me interrumpa cuando estoy con otras personas, que siempre me molesta qué, siempre se burle de lo que digo; que no le dé importancia a las cosas que digo; que no le dé importancia a lo que pienso.

Todo lo dije gritando y llorando; la empuje y corrí hacia el camastro. Me puse a llorar desconsoladamente, no entendía muy bien porqué lloraba; tal vez por el rechazo o por no haber sabido reaccionar ante este chico; por haber dicho una adivinanza en vez de preguntarle su nombre y de dónde era. Lloraba por no saber expresar mis emociones, por sentirme ignorada, y no saber cómo manejar esa frustración que sentía en mi garganta.

Mi mamá se acercó a mí, sin decir nada, sólo me consoló y me abrazó hasta que me fui calmando. Después, me compró un helado de limón y empezamos a caminar; regresamos al Hotel por nuestras maletas para acomodarnos en el autobús y regresar a casa. En perspectiva y al recordar esa anécdota, me da risa recordar la cara de mi papá qué, no sabía bien que era lo que había pasado, pero su instinto de supervivencia le aconsejo no acercarse; no preguntar y, sólo hacer lo que mi mamá le decía.

En perspectiva, a veces olvidamos los pequeños detalles que definen nuestro carácter y nuestra forma de acercarnos a las personas así como de interactuar con los demás. Esa experiencia me afecto, porque me volví muy insegura con respecto a mi apariencia y a la forma de expresarme. Fue todo un reto en mi adolescencia aprender a manejar la frustración de no poder conseguir todo lo que quiero. Pero son obstáculos que uno va superando, y al recordarlos nos evocan nostalgia, agradecimiento y algunas veces sentimientos encontrados.

El regreso a casa, me paso imperceptible, estaba tan cansada que en cuanto el camión arranco me quede completamente dormida. Creo que fue mi última siesta de niña, de esas siestas en donde estás tan dormida qué, tu papá te tiene que cargar para llevarte a tu cama. Extraño esas siestas, extraño la niñez y extraño Acapulco, espero regresar algún día.

Por cierto la respuesta que me dio a la adivinanza fue: “Pilotos putos”. Mi mente no quiso asimilarlo hasta después de un tiempo, primero me dio coraje, después risa, después se me olvido y después… En una noche de nostalgia…

By Nérida Rodríguez


[1] Dulce de tamarindo que su presentación es de un calvo que le sale pelo de dulce. Muy típico de México y bastante económico.

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Autor

romn772k@hotmail.com

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La Foto

junio 11, 2020